Manuel Marca (d), desde 1956, y su compadre Vicente Antón se dedican al oficio de peluqueros en Maracaibo y Esmeraldas.

Manuel Marca desde 1956, y su compadre Vicente Antón se dedican al oficio de peluqueros en Maracaibo y Esmeraldas.
 
Con una sonrisa, todos los días, Manuel Marca recibe a sus clientes en su local, el cual por más de 50 años ha sido una de las peluquerías más antiguas del sur de la ciudad, en las calles Maracaibo y Esmeraldas.


Él y su compadre Vicente Antón que también corta el cabello en este local, son muy queridos en el barrio, no solo por las habilidades de peluquero que ambos poseen, sino también por la atención amistosa que otorgan a sus clientes.

A pesar de que en el sector hay otros locales dedicados al corte de cabello, este, la peluquería Narcisa, donde atienden su propietario Marca y Antón (este desde hace 40 años), tiene clientela fija.

Una de las personas que religiosamente requiere los servicios de estos peluqueros es Walter Macías, quien desde hace 30 años acude, una vez por semana, a cortarse solo las puntas del cabello. “En este lugar me atienden muy bien y conservan la tradición en cortes para varones por eso traigo hasta a mis nietos”, dijo Macías, quien prefiere los turnos de la tarde.

Así como él hay otros clientes que califican el trabajo de estos compadres como excepcional. “No solo son peluqueros, son nuestros amigos, ya saben lo que queremos”, dijo Víctor Omar, de 15 años, quien indica que desde que tiene uso de razón se corta el cabello en la peluquería Narcisa.

El joven manifiesta que desde muy pequeño sus padres lo llevaban al sitio.

Ahora no necesita ir acompañado, ya que por su cuenta busca a los amables peluqueros.

Marca recuerda que cuando llegó al barrio, en 1956, empezó en un pequeño local que alquiló con dinero que había ahorrado producto de su trabajo como asistente de peluquero en varios locales para caballeros, que con el tiempo han desaparecido en la ciudad.

“En ese año reuní 21 mil sucres, con eso compré dos sillones de madera, unas navajas y correas, con eso me independicé”, contó Marca, originario de Chordeleg, un cantón de la provincia del Azuay y cuna de artesanos que trabajan con oro.

En 1962 logró reunir lo suficiente para comprar un terreno en esa cuadra. En esa época atendía en una casa de caña, ahora se halla en un edificio de cemento. Atiende con la misma amabilidad y gentileza, según sus amigos y vecinos.

Para Vicente Antón, los conocimientos y las experiencias vividas junto a Marca durante los 40 años que ha laborado allí son incomparables.

“Yo vine de Rocafuerte, en Manabí, y me quedé aquí y seguiré aquí hasta cuando tenga vida”, dijo el peluquero que, solo él, a diario atiende a un promedio de 30 clientes.

Estos hombres recuerdan que en años anteriores su labor era mucho más difícil, ya que antes debían trabajar con utensilios rústicos que en algunas ocasiones los dejaba agotados.

“Antes trabajábamos con navajas, había que afilarlas con piedras y correas de cuero, ahora cuando vino la gillete (hoja de afeitar) lo único que hacemos es cambiar la cuchilla”, asintió Marca entre risas con su amigo Antón.

Con los cambios generacionales que han tenido que vivir, este par de peluqueros están conscientes que deben modernizarse, pero solo un poco, pues consideran que la elegancia de un caballero está en la forma de cortarse el cabello.

Prevén continuar atendiendo a sus clientes con las mismas técnicas de antaño, pero con la tecnología de esta época.

Fusionar lo tradicional con lo moderno para ellos es un reto que lo hacen día a día, aunque siguen usando los mismos sillones de peluquería de sus inicios, con 40 años de historia.

Tradición no se pierde

Estos hábiles peluqueros aún conservan implementos que tienen más de 40 años de existencia. Algunos cepillos, sillas, brochas, peines finos y otros accesorios, que solo sirven de adorno, son parte de la colección. Las correas de cuero, piedras y las cuchillas de las navajas con las que le daban forma a las patillas y barbas de sus clientes quedaron en el olvido, Manuel y Vicente usan afeitadoras.



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